miércoles, 29 de octubre de 2008

Lluvia de colores

Lluvia chispeante que no empapa pero moja. Larga espera al borde de una calle que parece un río viendo las luces pasar, tintineantes. Al fin el semáforo pasa a verde y puedo disponerme a saltar el gran charco que hay antes de llegar al otro lado. Son las seis de la tarde y hace más de una hora que ha anochecido aquí en Olsztyn. Mis manos, llenas de color, parecen una mala reproducción de un cuadro de Van Gogh tras el taller de máscaras que hemos hecho hoy con los niños. Guardo en el regazo, para que no se mojen, tres ejemplares del periódico Junior en el que una periodista anónima ha decidido plantar nuestras caras con alguna información adicional, en polaco, of course. También llevo conmigo una calabaza fabricada con papel de seda y un táper sucio con los restos de mi comida de hoy: arroz con salchichas.

El horizonte está lleno de planes, viajes, reencuentros fugaces y palabras por decir. La lluvia no mata hoy mis ganas de seguir descubriendo cada rincón de esta ciudad, de este país, de este continente. Pensando en ello un simpático y bonachón señor interrumpe mi ensoñación para pedirme la hora (en polaco, of course), y cuán grande fue mi sorpresa cuando me descubrí entendiéndole. El problema, claro, es que aún no he aprendido a decir la hora, pero bastó con enseñar mi reloj. Así que hoy llego a casa con una sonrisa adicional en el rostro.

domingo, 26 de octubre de 2008

Ot(r)oño

Domingo de nuevo, pero esta vez con sol. Y cuando sale Lorenzo en Polonia no está permitido quedarse en casa. Así que hoy desperté relativamente temprano y me dispuse a perderme por la ciudad sin previa planificación. Guantes y gafas de sol, y en cinco minutos estaba en el lago, aún con legañas en los ojos. Este lugar es realmente un remanso de paz cuando dejas de escuchar el ruido de los coches para sentir cómo crujen las hojas secas bajo las suelas de tus zapatos. Cuando los árboles tapan las grúas y el aire empieza a soplar desde el mismísimo centro del arroyo. Es entonces cuando me abrazo a un árbol para protegerme del viento, dejo que el pelo me tape la cara y tiendo la piel al sol, absorbiendo los rayos de luz de estos atardeceres de medio día. Callarme y escuchar sólo los berridos de estas gaviotas de interior.

Domingo de nuevo, sí señor. Pero hoy con una hora menos. Los descubro tarde y para mi tortura hago cálculos: ¡a partir de ahora se hará de noche a las cinco! Pero no me importa, es un precio totalmente asumible por tener a cambio la oportunidad de disfrutar de este otoño. Estoy redescubriendo las estaciones y ésta sabe a galleta de chocolate negro y naranja amarga.

Y a cinco grados los polacos todavía pueden comer helado.

domingo, 19 de octubre de 2008

Domingo

Despertamos cuando el sol se está poniendo y desayunamos a destiempo entre lamentos de Chavela. Un cantautor posa su voz y su guitarra bajo mi ventana y desafía al frío poniendo banda sonora a nuestro día de quietud. Me acuerdo del cantante callejero de Once y me veo obligada a abrir las ventanas de par en par para escuchar bien sus acordes polacos. Cuando las campanas de la iglesia cantan las cinco de la tarde, el cuerpo pesa y el alma no para quieta, cuando Aline decide volver a la cama, porque está sufriendo un choque cultural, cuando las palomas encuentran un rincón en la fachada de enfrente para incubar sus huevos. Es entonces cuando me quedo sola, inventando un nuevo día en este país que es ya mi tercera casa. Preparo un té y le pego un mordisco al pastel de chocolate que preparamos ayer con mimo tras nuestra gélida visita a los lagos.

Las torres arañando el cielo nublado, rascando un poco de sol a estos días de otoño. Se nos han fundido las bombillas del baño y tenemos que ducharnos a la luz de las velas. Así que las noches de sábado nos dedicamos a cometer pequeños hurtos en los bares robando posa velas de cristal. El cantante de abajo se toma un descanso y el silencio inunda esta habitación en la que está entrando ya la noche, una apacible noche de domingo tan limpia, pura, con sabor a escarcha de naranja y aires fríos que despejan mi cara. Muchas cosas que contar sobre Polonia, sus gentes, la fe que mueve montañas y la política que pone barreras a la naturaleza humana. Pero estoy vaga para hablar de cotidianidades. Tal vez otro día, porque hoy “dejarse llevar suena demasiado bien”…

viernes, 17 de octubre de 2008

Cuando los días son grises

En Olsztyn, como en todos lados, hay días y días. Después de un mes en este país lejano ayer tuve por primera vez un día malo. Todo parecía más difícil, el cielo estaba muy gris y yo no podía estirar el ceño fruncido por el exceso de ejercicio mental. Se me quedó algo en Varsovia… Y volver fue raro, como observar una espléndida burbuja de jabón explotando de pronto. Pero hoy es otro día. El cielo también está gris y sigue lloviendo, pero hoy no tengo sueño y puedo sonreír. Suena música en la calle y he hecho un grupo de “amigas” en Abecadlo. Son un grupo de niñas de entre 10 y 12 años a las que les divierte mucho hablar con nosotras en inglés y enseñarnos algunas palabras de polaco. Así que la vida sigue, después del gran paréntesis (más por intensidad que por tiempo) que fue Konstancin.

El miércoles hicimos nuestro primer taller con los niños. Tocaba hacer un mural con fotos de España de las que poco pude explicar. Pero son niños, es increíble como les basta un poco de papel y pegamento para disfrutar. A veces se me contagia ese estar bien con cualquier bobada, y es un sentimiento apacible.

Empieza a hacer frío (ahora entiendo porque esta gente bebe té hirviendo a todas horas) y hace días que no sale el sol. Pero el camino sigue al ritmo de las campanas y yo continúo sonriendo, entre fotos del papa polaco y conversaciones intuitivas.

jueves, 16 de octubre de 2008

Konstancin - Warszawa

Fin de semana intenso, choque cultural a la vuelta. Pero, como siempre, será mejor empezar por el principio.

El viernes partimos hacia Varsovia para asistir al curso de formación a la salida en Konstancin, un pueblecillo a las afueras de Varsovia. Salimos de Olsztyn a las siete de la mañana, con el cielo de un azul eléctrico. Vimos a las nubes amanecer cuando el suelo aún estaba mojado y las calles ya llenas de gente. El viaje, para variar, lo pasé durmiendo. Y en un plis, a ritmo de The Sunday Drivers, llegamos a la capital de Polonia, la ciudad siempre gris, con sus edificios tristes y sus chicos guapos.


Esperaba que fuera algo parecido a la formación en Alborache, teniendo que sonreír todo el rato mientras hacíamos estúpidos juegos y cantábamos ridículas canciones en un albergue en el culo del mundo donde la comida era bastante mala. Pero no, en Konstancin nos esperaba un encantador hotelito rodeado de inmensas mansiones semi derruidas y muchos, muchísimos árboles, con las hojas naranjas cayendo al suelo de forma incesante. Las camas eran comodísimas, todo estaba limpio y nuevo y la comida… ¡increíble! Tuvimos la oportunidad de probar la cocina típica polaca, siempre sopa, siempre col, carnes suculentas, pierogi… ¡Delicioso! Eso sí, las horas de comida eran horribles: el almuerzo a las una y la cena a las seis. Pero al final nos acabamos acostumbrando. Y la gente… pues de todo tipo. Veintitrés voluntarios procedentes de Lituania, Rusia, Ucrania, Albania, Austria, Finlandia, Italia, Francia, Alemania y, cómo no, España. Grupo variopinto donde los haya.


El sábado la actividad del día consistió en visitar Varsovia divididos en pequeños grupos. Debíamos elegir algo que nos interesara de la cultura polaca y tratar de recolectar toda la información posible sobre el tema. Elisa, Aline y yo nos decantamos por el Museo Etnológico, acompañadas por Karol, Lea y Marij, Marij, Marij. El museo no dio mucho de sí, estaba en obras y era bastante pequeño, así que no gastamos mucho tiempo en él y nos dirigimos hacia el centro “antiguo” (Stare Miasto) de la ciudad, reconstruido enteramente hace 50 años. En contra de lo que esperaba (todo el mundo dice que Varsovia en terriblemente fea), el centro me pareció encantador, como de cuento, colorido y soleado, muy paseable. Después llegó la fiesta, porque Polonia había ganado a Republica Checa en el partido de aquella noche y había que celebrarlo. Así que nos dieron las tres de la mañana bebiendo cerveza rica en vasos grandes. Hablando y riendo.


A partir de ahí, hubo más días con más actividades entre comida y comida. Debates interesantes sobre los usos y costumbres de Polonia, su historia, la Guerra, la religión… Descubrimos que bromear sobre el Papa polaco se considera un ofensa personal en este país, que beber en la calle esta prohibidísimo y que no es educado rechazar alcohol cuando alguien te ofrece. Pero lo mejor fue el grupo de amigos que creamos a partir de la tercera noche. Siete chalados con diferentes acentos pero con las mismas ganas de fiesta. Entonces todo empezó a ir rápido y dejé de escribir lo que iba pasando. Las noches eran cada vez más largas y las charlas del día siguiente cada vez más duras, combatiendo las resacas con té y riendo sin parar por las tonterías que se pueden llegar a decir cuando el cerebro no va todo lo rápido que tu quisieras. Entre billares y cervezas quedó la promesa de que nos visitaríamos mutuamente durante el año así que creo que voy a viajar mucho durante estos meses. Para empezar, hemos quedado en un mes en Varsovia para reencontrarnos a ritmo de música electrónica en un concierto extraño.


Así fue, hasta que nos marchamos. Los últimos del grupo, a última hora del martes y sin ganas de volver a la vida normal. Me habría quedado en aquél lugar un mes más, alimentándome sólo de risas y sonrisas, miradas de complicidad cuando el idioma no da para más. Y ahora sufro un “choque cultural” y todo parece haber sido un sueño intenso, suave, extraño.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cotidianidades II

Estos últimos días de lluvia se han llevado consigo todas las terrazas del centro de Olsztyn. Sólo quedan ya en la calle las sillas y mesas de roble macizo de la heladería de enfrente, donde siempre hay algún rubio chupando el sirope del plato hasta dejarlo limpio. El aire se vuelve poco a poco más frío, pero está siendo una transición suave, un ir y venir entre el sol y la lluvia, los días azules y los días grises. Las hojas de los árboles están cada vez más naranjas y las manzanas que robamos siempre a la vuelta del trabajo están cada vez más buenas. Tanto que nos estamos empezando a hartar de comer compota (a la última le salió moho antes de que pudiéramos acabar el bote).

Respecto a mi enredadera de interior tengo ahora otra pregunta: ¿pueden morir las plantas por exceso de agua? Si es así a la mía no le queda mucho tiempo de vida, porque vuestros comentarios llegaron después de que pasara tres días sucesivos regándola con mimo. No sé que será de ella. Ni que será de mí si muere, ahora que mi girasol ciego está pidiendo a gritos que lo saque del jarrón y lo tire a la basura. Pobre girasol reseco, que quiere una muerte digna… ¡Menos mal que mi veleta de mil colores no necesita ser regada para seguir girando!

En cuanto a mi inmenso cuarto, al fin le he dado el lavado de cara que necesitaba. Después de un domingo de resaca arrastrando estos pesados muebles heredados del comunismo y aspirando con fuerza esta sucia moqueta de tan larga vida, ahora mi habitación es como una suite de hotel con vida propia. Salón para cafecitos, zona de pinta y colorea y dormitorio, ¡tres en uno! Y aún nos quedaron fuerzas a la loca de Aline y a mí para construir una papelera para nuestro destartalado baño. Quedó genial, aunque tenemos que cuidarnos de no mojarla porque es de papel y cartón. En cuanto pille unas témperas le pongo color y ala, nuestro baño será ya un baño de verdad (teniendo en cuenta que también hemos comprado un tendedero y ya no tengo que ducharme agachada con cuidado de no mojar las bragas que reposan sobre mi cabeza).

Así es como las cosas y yo vamos encontrando poco a poco nuestro lugar en este crazy flat, tan cerca de todo que apenas sí me da tiempo a fumar un cigarrillo o escuchar una canción en mi Mp3 de vuelta a casa cuando salgo de un bar, la biblioteca o el supermercado. Visto desde aquí, el tiempo que gastábamos en Madrid para llegar a la Universidad o el trabajo se hace un mundo (aunque era divertido cuando nos llevaba el viejo Rover y poníamos música buen rollo, sin importarnos llegar tarde o no llegar). Aquí se va a casi todos lados andando y sin necesidad de coger cuestas. Todo llano, como a mí me gusta. Sólo hay un inconveniente, gran inconveniente. Y es que en Olsztyn nadie pensó en los peatones (con la de gente que hay siempre en la calle) cuando sincronizaron los semáforos de la ciudad. Puedes estar minuto y medio esperando a que el muñequito se ponga verde y luego, para cruzar, más vale que te apañes con 20 segundos. De lo contrario morirás atropellado o, en el mejor de los casos, ¡te pondrán una multa! Porque sí, aquí cruzar en rojo se considera peligro público y esta penado por la ley. Aunque eso no me molesta tanto. Los que me conocen saben que odio cruzar semáforos en rojo, así que es casi como estar en una ciudad a mi medida.

Más cosas que me enamoran de este lugar… ¡Se puede comer en todos sitios! En las bibliotecas, en las librerías, en las estaciones y los supermercados, en las tiendas, las floristerías, los quioscos… Aunque pocas veces recurro a estas tiendecillas extrañas, ya que siempre llevo conmigo un taper (¿se le puede llamar taper al envase de un helado?) bien cargado de ensalada, pasta, filetes de pollo o panga (para que no digas que como mal mamá). Generalmente como en el trabajo, mirando de frente a personas con las que no puedo entenderme hablando pero sí con miradas y gestos. Es divertido no entender nada de lo que dice la gente (aunque a veces hecho de menos poder cotillear alguna conversación en los autobuses).

En el trabajo voy progresando. Ahora ya me dejan forrar libros y recortar estrellas a montones. Es casi como ser becario de corrección en El Mundo, así que me siento como en casa. De todas formas, Elisa y yo ya estamos preparando las clases de español para niños y mayores. Me siento un poco perdida en ese sentido, pero supongo que todo irá resolviéndose sobre la marcha una vez empecemos, creo que en una o dos semanas ya. Para dentro de siete días tenemos organizado un taller con los chavales de Abecadło para presentarles nuestros respectivos países. Quiero acabar con los tópicos sobre España y que, al menos estos niños, entiendan que se puede ser español y no saber bailar sevillanas al mismo tiempo. En conversaciones de sábado noche descubrimos el curioso choque en algunas cosas, como el sentimiento hacia las banderas o la opinión sobre las corridas de toros. ¡Aquí todo el mundo piensa que Canarias está debajo de Mallorca! Intentaremos ofrecer a los niños una perspectiva más o menos global pero a la vez simple y fácil de retener. Y me ocuparé de buscar un mapa donde Canarias haya sido colocada en el lugar que le corresponde con sus siete islas al completo.

Y poco más, porque son las nueve y es hora de cenar. Suenan ya las campanas de la iglesia y esa canción en recuerdo de la Virgen María que todas las noches pone toque de queda a la actividad cristiana en la calle. Los que permanezcan ahora en el empedrado estarán condenados a la concupiscencia.

martes, 7 de octubre de 2008

Entre ayer y hoy

Suenan canciones de ayer. Eso, algunas viejas fotos y yo es el único rastro de mi pasado que encuentro ahora en este nuevo cuarto, quién sabe a cuántos miles de kilómetros de las antiguas rutinas. Desde Polonia todo lo que quedó atrás se ve difuminado y lejos, aunque no por ello más pequeño. Ejercicios de memoria para limpiar los recuerdos de estos últimos cuatro años en la hostil pero acogedora ciudad de los nenones. Y lo que permanece, después de la limpieza, es denso y pesado, nítido y limpio, y se convierte en parte de la base de la persona que soy, hoy llena de sensaciones nuevas que flotan en la cubierta de este vaso siempre a punto de rebosar cuando no de felicidad, de dulce nostalgia. Y es que sí, son muchas cosas nuevas, todo dinámico, cambiante, todo apariencias, primeras impresiones, nada establecido, nada dicho. Aún así, he de reconocer que estoy completamente adaptada ya al ritmo de esta nueva vida. Nuestra casa es ya una casa de verdad, con personalidad propia, colorida y luminosa, con esa veleta girando incesante en la ventana. Apenas una semana ha pasado. De las maletas que iban y venían, del dormir en los aviones y el desayunar en los aeropuertos, del “no me quiero ir”, del inevitable miedo llegar. De las despedidas gélidas en madrugadas extrañas. Hoy me alegro de aquella decisión tomada apresuradamente con la que todo cambió de rumbo, sentido, color. A pesar de lo bueno que quedó atrás, de las cosas que dejamos a medias o sin empezar, a pesar de los extraños que no dio tiempo a conocer y los rincones que no dio tiempo a pisar. Hoy sonrío a la Paula de antes de ayer y le doy las gracias por traerme hasta aquí. Porque hoy el mundo es más grande e inabarcable, se extiende infinito ante mi hambrienta mirada, esperando para ser devorado en pequeños y sabrosos bocados.

Y mientras, afuera, a veces llueve incesantemente y otras veces sale el sol para que los pájaros vuelen bajo. Anochece pronto y siempre hay tiempo para la soledad requerida. El recuento y el descuento. Combato el frío vistiendo con los colores del arco iris.

viernes, 3 de octubre de 2008

Sobre la raza polaca

Los jueves es la noche de los estudiantes en Madrid, Tenerife, Olsztyn y la Conchinchina. Así que ayer tocaba salir sí o sí. Y cuál fue mi sorpresa sobre la fiesta en Polonia. ¡Los polacos beben como viquingos y bailan como negros! Ya quisieran los adeptos de Pachá mover el esqueleto de esa forma cuando suena una canción de Mano Negra o... ¡La bamba!. Divertidísima noche observando las caras de circunstancia de Aline y los danzares sueltos de Chloe y sus amigos de nombres impronunciables.

Los polacos son gente por lo general amable y servicial. Eso sí, no se tocan ni se besan tanto como lo hacemos en España. Se saludan dándose la mano hasta que consideran que tienen suficiente confianza con el susodicho. Pero bailando... Bailando todo vale en Olsztyn si son las once de la noche y estás en el Molotov, un antro en el que tienen más de cuarenta tipos de cerveza y que recuerda a los garitos de La Movida por sus paredes pintandas de negro. Era como estar en Malasaña pero cambiando el español por sonidos extravagantes.

Además de divertida, fue una noche simbólica. Era la despedida de Chloe, la voluntaria francesa que ha cumplido un año de EVS aqui en Olsztyn. Ella se va y nosotras llegamos, para sustituirla en la casa, en el trabajo y en los bares. Siguiendo sus pasos para reinventar el camino.

Así que cuando desperté esta mañana la habitación estrella de mi crazy flat ya era, ahora sí, toda para mí. Creo que gasté una hora pensando qué narices hacer con tanto espacio, con tanto blanco en las paredes... Algo apañaré seguro. Chloe dejó, para la posteridad, una carpeta con folios de colores y cartulinas, creyones, un ramo de flores secas, un girasol ciego y... ¡una planta! Me he propuesto cuidarla bien a ver si me llega a final de año. Sólo tengo una pregunta... ¿las plantas se riegan todos los días?

En el trabajo, después de la málísima impresión del primer día, ya voy encontrando mi sitio. Sigo sin tener una labor específica que desempeñar pero todos los días invento algo. Estoy esforzándome en entender la extraña nomenclatura que siguen para ordenar los libros en las estanterías y me he especializado en recortar estrellas. Es un trabajo tranquilo donde me tratan bien. Y los niños son geniales. Ayer recibí mis dos primeros dibujos personalizados. Por supuesto, los he colgado en mi habitación.

Eso es todo por ahora, desde el otro lado del continente.

jueves, 2 de octubre de 2008

Cotidianidades

Todos los días en Olsztyn son diferentes y tienen sorpresas, matices. Aún así creo que ya estoy en disposición de trazar un boceto de lo que es un día normal en ésta mi nueva ciudad.

El despertador está programado para sonar a las ocho, pero siempre me despierto antes porque mi habitación no tiene persianas y las cortinas son blancas, traslúcidas. Así que me queda esa media hora de semiinconsciencia desperezándome en mi buró-cama antes de empezar el día. Es entonces cuando tengo mi encuentro diario con el crazy bathroom del que ya he hablado. La cisterna está rota, la tubería de la lavadora desemboca en una ducha que no tiene cortinas, no tenemos lavabo… Pero nos apañamos como podemos. Y es divertido lavarse los dientes en la bañera. El desayuno tiende a ser muy francés porque en Polonia no tienen queso blanco y el aceite de oliva es muy caro para una wolontariuszka como yo, así que normalmente me conformo con una tostada con mantequilla y ese liquidillo negro al que aquí llaman café (el primero que venga a verme tiene que traerme una cafetera de las de verdad porque el aparatejo que tengo en casa es verdaderamente extraño).

Tenemos clases de polaco de una hora y media tres días a la semana. Mira es una profesora muy agradable (aunque en el fondo la odio por vivir en un sexto piso sin ascensor) de las que siempre te ofrece algo para beber y/o comer. Y es que el polaco con herbata (te) siempre entra mejor. Cuando termina la clase, en torno a las 11.30, cogemos una guagua hasta el Alfa Centrum, el recién estrenado y siempre lleno de gente centro comercial de Olsztyn donde está la biblioteca Abecadło en la que yo trabajo. Los martes voy a la otra biblioteca de Miejska, Planeta 11, para echar una mano allí e impartir los lenguages cafes (que empiezan a finales de octubre). De momento mi trabajo consiste en no hacer nada, con la añadidura de no poder hablar con nadie porque nadie en Abecadło sabe hablar inglés. De todas formas espero ir haciendo cositas poco a poco. Al principio manualidades y talleres con los niños, luego clases de español y quizá algún día, quién sabe, consiga montar mi ansiado taller de prensa. La verdad es que esta experiencia tiene muchísimas cosas que aportarme pero hace que eche de menos el periodismo y ese estrés continuo que produce el vivir al borde de la actualidad. Aquí ni siquiera puedo leer el periódico. Bueno, puedo leerlo si no me importa no entender nada.

Los encargados de facilitarnos la vida aquí en Olsztyn son Illona, nuestra risueña coordinadora y la encargada de suministrarnos zlotys y demás necesidades básicas, y Jacek, nuestro joven y bromista tutor. Con él tenemos reuniones semanales para evaluar la marcha del voluntariado y demás aspectos emocionales. También nos saca de fiesta y esas cosas, para que vayamos introduciéndonos en la ciudad de verdad, en la que sólo hay polacos que hablan polaco.

Tras mis “duras” jornadas laborales tengo, por fin, tiempo para mi. Para escribir (tengo la sensación de que se me está olvidando el español), para ordenar, pasear… Pero aquí se hace de noche a las seis y media, así que nos recogemos bastante pronto. La cena es siempre una sorpresa. Con las cosas que preparan Aline, Marlies y Chloe es fácil sentir que mi barriga es feliz. Coliflor con bechamel, quiche loran, sopa de cebolla… Así que, mamá, no tienes de que preocuparte. Mi alimentación es mil veces mejor aquí de lo que era en Madrid.

Por las noches toca salir a descubrir un nuevo bar cool and nice y beber una de esas cervezas gigantes que aquí sirven en los bares. Todavía no me he atrevido con la piwo (birra) caliente con especias que tanto me recuerda a la época medieval de Los pilares de la tierra. Olsztyn es una ciudad joven con mucha vida cultural y es fácil encontrar conciertos espontáneos, exposiciones curiosas y, por supuesto, gente y más gente bebiendo cerveza y más cerveza a todas horas, todos los días. Por supuesto aquí nunca se nos hace de día cuando salimos de fiesta, pero también lo pasamos bien. Aquí en el Este, que diría una española perdida en Polonia.