lunes, 2 de marzo de 2009

Cuando muere febrero y el invierno cede

Es cierto que el sol provoca más cuando llega tras unas semanas de oscuridades plomizas. Provoca incluso que te levantes temprano en domingo. Esta mañana he añadido las gafas de sol al pack de tres en un gesto acaso de excesivo optimismo. Pero, correcto, hoy el sol quema la piel. Si tuviera protector solar me habría puesto.


Son los días en que febrero muere y el bosque se transforma en escenario de la lucha entre el invierno, que resiste, y la primavera, que ya está ansiosa. Contra todo pronóstico el viernes noche volvió a nevar. Así es como hoy mis pisadas suenan a charco y el sonido predominante, cuando se escapa un poco de la civilización, es un gotear incesante de hielo que cede y se derrite.


Hielo que cede. Aún es pronto para ver los primeros verdes nacer, pero esta estación en medio de dos ofrece también imágenes insólitas. ¿Sabían que se puede pescar en los lagos congelados? Yo no me he atrevido si quiera a dar un par de pasos, a pesar de que los cisnes señalizan los tramos seguros. No, yo no me arriesgo a caer en aguas a incontables grados bajo cero. Eso se lo dejo a los locales, ya que yo, al fin y al cabo, sólo estoy de paso.


¡Shhh! ¡Escucha! Ruido de nieve fresca, como si alguien andara sobre montones y montones de azúcar. Después, ruido de hielo que cruje y se rompe. Es un niño en trineo y una madre que tira del confortable asiento con una inquebrantable dulzura. ¡Qué fácil es todo cuando sólo hay que dejarse llevar!


¡Shhh! ¡Escucha! Ruido de cornetas que entonan un do agudo al unísono. Es el tren de Varsovia arribando a la estación que linda con el lago. ¡Qué duro es a veces apearse y dejar ir el rún-rún que te conduce!


He perdido la sensibilidad en las orejas, pero me da igual, este domingo entre estaciones me tiendo al sol, me desato la bufanda, cierro los ojos. Me quedo un rato a escuchar cómo cede el invierno. Como pasan los niños, los trenes, el tiempo.



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Dos horas después de escribir estas líneas abandono mi solarium de nieve porque no aguanto más las ganas de ir al baño. Me he quemado. Lo advierto cuando, al cruzar la esquina, Marlies me grita, desde la ventana de la cocina: "You’re red, like a german tourist in Canary Islands!"


Paso la tarde en el sofá leyendo las canalladas sentimentales de Baylys, bebiendo té con miel y comiendo galletas que saben a plátano. Es entonces, a las seis y media de la tarde, cuando advierto que en noches como la de hoy puedo ver las estrellas desde mi cama.