Blanco y negro, frío y calor, ruido y silencio. La vida está llena de lugares comunes que nos enfrentan con nosotros mismos en una lucha de opuestos llena de grises donde nadie gana. Porque la naranja y el chocolate hacen buena pareja; más si es domingo, febrero, y la rota garganta del poeta urbano canta.
Porque no hay blancos ni negros. Ambos son una ilusión óptica mediada por la luz y la recepción de nuestros globos oculares.
¿Depende todo lo que vivimos de la interpretación que más tarde o más temprano hacemos de lo ocurrido? ¿Pueden ser los recuerdos, matizados por el inevitable polvillo que produce el roce del tiempo, más reales que lo que sucedió? ¿Es todo intento de mirada al pasado un proceso de autoengaño o, por el contrario, la automática corrección y adaptación de nuestro ayer es la magia que da sentido a la vida? ¿Es la lectura melodramática de nuestro presente un capricho propio de pseudo intelectuales aburguesados o el resultado de una honesta mirada al interior de nosotros mismos, donde nunca nada es perfecto porque, al fin y al cabo, la vida está llena de grises?
Después de todo “un piso en Atocha no está tan cerca del cielo” y a veces es necesario alcanzar los sueños para caer en la cuenta de que no eran ni tan importantes ni tan perfectos ni tan sueños.
Entonces, a veces, la sentencia melodramática vacía de sentido todo lo que nos acontece. Cuando estamos demasiado ocupados en otras cosas la corriente se nos lleva y, en un pestañear, despertamos un año después al otro lado del continente. A veces pasa, que nos despersonalizamos, o que nos olvidamos de escribir la crónica a su debido tiempo, y mientras dormimos el viento sigue soplando, el mundo sigue girando. Y cuando despiertas y te ves tan rodeado de medias tintas sin bálsamo ni veneno, es cuando tus recuerdos vuelven para salvarte. Susurran, a través de imágenes maquilladas, que hubo días en los que todo te ilusionaba. Ayeres donde te enamoraste como nunca antes, terrazas desde las que cantasteis a voz en grito sin pensar en los vecinos, mañanas soleadas en las que no te importó el desorden. Sí, hubo un tiempo en que la vida era vida sólo por las personas que te rodeaban. Y, claro, hoy es distinto. Porque, aunque nos hayamos dormido, el mundo no ha parado de girar.
Pero así funciona este juego, un tira y afloja, un eterno balancearse entre el ayer y el hoy. ¿Quién te dice que en el futuro no recordaras este presente con la misma vibración? Sigamos adelante, aunque sólo sea porque los recuerdos remotos sean hermosos. Y porque la vida, se mire por donde se mire, es un milagro (pagano).