jueves, 3 de junio de 2010

Huida hacia adelante

Durante los últimos meses en Polonia las emociones fueron tantas y tan rápidas que se me pasó el momento para contarlas. Hoy vuelvo la vista atrás releyendo este diario público de mi exquisita odisea y al tiempo recuerdo todo lo que pasó y no conté. Pero el ejercicio de hoy no es de melancolía; intento más bien ponerme al día, recordar el yo que se forjó aquél largo invierno polaco. Porque algo me decía a mí que ni a este blog ni aquél yo le había llegado el momento de colgar el letrero de "cerrado". Porque vuelvo, o me voy, o continúo con el periplo.

Mereció la pena este año. Aunque Madrid no volvió a ser nunca Madrid, los amigos se perdieron, las calles cambiaron, los rincones de la memoria me traicionaron. Pero mereció la pena, aunque sólo sea por todos los libros que he leído en los últimos nueve meses y por los lúdicos, cómo no, y el transfuguismo que nos unió. El vino, las cenas, la sobreexcitación y la frustración. En aquellos corrillos hemos repasado lo que es ser jóven para nosotras hoy en día. Y hemos descubierto que ser jóven significa estar más preparado que la clase política de tu país y estar en el paro. Extrañas contradicciones del sistema...

Aunque yo insisto en quitarle importancia al asunto, centrarme en la sobreexcitación más que en la frustración, no perder el empuje. Ésa es quizá una de las razones que apoyan mi huída: no quiero que la atmósfera de crisis me imbuya y me destruya. Aunque es un argumento secundario, el hecho de no tener nada a lo que renunciar ayuda al "let it be" que se ha instalado en el ritmo de mis pasos. Un dejarme llevar jalonado por la situación, pero también de alguna manera decidido y reflexionado (me niego a renunciar a que el mango de la sartén esté en mis manos)

El caso es que volver atrás es a veces el más difícil de los pasos, aunque a algunos les cueste entenderlo. De alguna manera desde el momento en el que sales te conviertes ya en una apátrida irreversible, eres de todos lados y de ninguno, y ya no sabes dónde guardar tus cosas y al final te resignas a sumar unas partenencias de no más de 23 kg. Eso, como todo, tiene su lado bueno y su lado malo. Descubrir, aprender, conocer... son procesos que se intensifican cuando convives con un entorno diferente al que estás acostumbrada. No saber a dónde o a qué vuelves cuando vuelves es la parte negativa. El campamento base tiende a reducirse cada vez más y más, hasta que al final sólo quedan tus padres, los únicos que siempre te esperan. No obstante, entiendo que algún día pararemos (¿quién sabe dónde?). Y echaremos raíces, pero serán ya las nuestras; no las del sitio donde nacimos, sino las propias. Poco profundas quizá, pero vividas. Lo bailao' no nos lo quita nadie.

Pero de momento parece que toca seguir corriendo (¿qué haces si nunca te enseñaron a andar?). Huir, pero siempre hacia adelante, como la Alicia sin ciudad. La polonización sigue su curso. Vetusta pone la letra, el contenido llegará en prontas ediciones. De nuevo el valor para marcharse, el miedo a llegar. Porque dejarse llevar sigue sonando demasiado bien.