jueves, 10 de marzo de 2011

Cambio de aires

El final del invierno siempre es un poco deprimente. La nieve ya no es blanca sino marrón y cuando la pisamos ya no pisamos azúcar, sino charcos y peligrosas losas de hielo. (O debería decir "pisan", porque yo lo que es pisar sólo piso últimamente el suelo de mi casita, a cuatro plantas sobre el nivel del suelo...) Como decía, la nieve se va, aunque con una lentitud que da asco y dejando a la vista toda la suciedad que hemos ignorado durante los últimos cuatro meses. Quedan también al descubierto los matorrales resecos, la hierba quemada. Pero todos sabemos que es pasajero, y que es el precio que hay que pagar si se quiere que algún día llegue la primavera. ¡Ay, primavera!

Marzo es el mes de la huida. Todos los polacos que pueden marchan de vacaciones a latitudes más cálidas: Cuba, Fuerteventura, Egipto... Algunos, como yo, se quedan a despedir el invierno y a dejarse sorprender por el momento en el que el frío se despide y el aire cambia. Y quizá me precipite, puede que todavía nieve, no sería raro que la estación blanca se extendiera incluso un mes más. Pero el caso es que yo hoy he notado cómo cambiaba el aire. Porque hoy sopla el viento, pero a 7º C. Y a esta temperatura el aire no hace daño, ni corta ni pica ni araña. Estiro el cuello y dejo que me pegue en toda la cara. ¡Qué gusto, estos 7º C! ¡Yo ya me comería un helado!

sábado, 19 de febrero de 2011

Razones de peso y la pérdida de lo superfluo

En mi tierra (la que está en el mar y tiene siete puertas) la expresión "hace buen tiempo" siempre implicó una temperatura en torno a los 25º C y sol, mucho sol. Es decir, en Canarias, cuando hace buen tiempo, la gente va a la playa.

Hoy en Olsztyn hace buen tiempo. Hay una temperatura de 5º C bajo cero, la nieve está fresca, recién caída, todavía blanca y brillante, sin apelmazamientos; y, sin que sirva de precedente, hace sol, mucho sol. Es un buen día para salir a la calle, tomar un café en el centro, recorrer la milla de hojalata y hacer algunas compras absurdas, hasta incluso un ramo de tulipanes amarillos, por qué no. Sin embargo una razón de peso (nunca mejor dicho) me retiene hoy en casa: una escayola abraza de punta a punta mi pierna izquierda.

Cuando pasan estas cosas (cosas menos buenas a las que uno está acostumbrado si ha tenido una vida feliz como la mía), todo cambia de color. No es que la vida sea de repente gris, ni mucho menos. Pero cambia la forma en que vemos las cosas, o vemos cosas que antes nos veíamos (como el hecho de vivir en un cuarto piso sin ascensor o tener un plato de ducha a 40 cm. del suelo). También y sobre todo aprendemos a apreciar las cosas pequeñas. El primer día que conseguí cambiarme de ropa sin ayuda de nadie sentí algo parecido a lo que los atletas de élite deben de sentir cuando ganan una medalla de oro.

Al apreciar lo pequeño perdemos también de vista lo superfluo. Y supongo que es un ejercicio saludable.

También el círculo de personas que te rodean tiende a estrecharse en estos momentos menos buenos. Ya se sabe... Aunque intento centrarme más en las sorpresas que en las decepciones. Y qué bien por los cuatro gatos que permanecen aún a mi lado, a pesar de. El amor incondicional es una especie rara, pero yo tengo la suerte de tener todavía a alguien que me trae los tulipanes amarillos a casa.