viernes, 22 de octubre de 2010

Oda a mi balcón

Creo que fue en aquél extraño viaje a Barcelona, no sé si antes o después del Pastís, cuando pensé (o dije) por primera vez aquello de "Cuando sea mayor quiero vivir en un piso con balcón". Pues bien, ahora vivo en un piso con balcón (y prefiero no pensar si eso significa que me he hecho mayor). Ni el balcón ni el piso ni yo estamos en la Barcelona romántica a ritmo de bicicleta que me imaginé en aquél viaje, pero ¿y qué cosa es tal y cómo la imaginamos entonces?.

De cualquier manera, mi balcón de ahora tiene unas vistas que no cambio por nada. En frente hay un edificio de antes de la guerra que perteneció a los trabajadores de ferrocarriles (y cuya fachada ha cambiado poco en sesenta años). Pues bien, yo, desde mi balcón, a modo de mirador, tengo un acceso exclusivo a (casi) todo lo que pasa dentro de los pisos. Una hija cortándole el pelo a su padre mientras la tele permanece encendida; la de enfrente que se asoma a la ventana del baño a fumar un cigarrillo a escondidas (y medio desnuda); o la adolescente loca por el baile que arrastra muebles, enciende el equipo y empieza a dar brincos de un lado a otro soltándose el pelo. Y, como estos, decenas de pictogramas que reflejan la rutina diaria, las cosas pequeñas que no se cuentan en los libros o las películas. Como aquella escena de American Beauty con la bolsa de plástico flotando en el aire... Instantes tan insignificantes como irrepetibles.

A la derecha está la tienda del barrio, "Pavlo", centro neurálgico de la vida del vecindario. Alrededor de ella se reúnen los borrachines, borrachos, alcohólicos y demás subgrupos. Para algunos la tienda es una parada más en el camino mientras andan las calles buscando chatarra (mayormente latas de cerveza que revenden al mejor postor). Para otros es el punto de encuentro después del trabajo: beben en la puerta de la tienda hasta que empiezan a tambalearse, y vuelta a casa al anochecer (o cuando sus respectivas esposas bajan a buscarlos gritando insultos que yo prefiero no entender).

A la altura del horizonte las vistas son más armoniosas, más de cuento, menos a pie de calle: árboles y chimeneas. Y pensaría uno que una vista de árboles y chimeneas es poco activa, más bien un paisaje muerto, tan aburrido como un bodegón. Pero no, los árboles y chimeneas que se ven desde mi balcón tienen vida, una vida que no ha parado quieta al menos en el mes y pico que llevo aquí instalada. Los árboles han sufrido incontables metamorfosis en las últimas semanas. Sus hojas han pasado del verde intenso al amarillo, luego al naranja, luego al ocre, y luego al suelo. Ahora están todas ahí tiradas a modo alfombra pisoteada y mojada, haciéndose una pasta viscosa y resbaladiza. Y los árboles se han quedado secos. Secos y solos. Respecto a las chimeneas, también han empezado a tener vida. Cuando no es porque algún trabajador del ayuntamiento viene a cambiarlas (subiéndose a una grúa que chirría, sin arnés y sin casco), es porque se encienden o se apagan, y empiezan o paran de escupir humo al horizonte. A veces el humo es más negro y huele raro... El gigante me ha contado que algunos queman basura en las chimeneas...

Pero, sin lugar a dudas, lo mejor de lo mejor de todo lo que veo desde mi balcón son los jabalís. Sí, sí, jabalís. La primera vez que los vi pensé que era una broma, que el mundo o yo nos habíamos vuelto locos. Porque no vivimos en medio del bosque, es un barrio con casas y calles, como otro cualquiera, cerca del centro y a unos 15 minutos del bosque más cercano. Pero resulta que un paseo de 15 minutos es plato de buen gusto para los jabalís polacos, y de vez en cuando se dan el salto en busca de comida, removiendo todos los jardines que encuentran a su paso y dejando tras de sí bolas de tierra revuelta y césped pisoteado.

Ahora es de noche y hay luna llena. Hace demasiado frío para los jabalís excursionistas y la tienda acaba de cerrar. Los de enfrente han corrido las cortinas. Sólo quedan luces de colores.

¡Creo que me ha tocado el mejor balcón del mundo!

jueves, 21 de octubre de 2010

Invierno prematuro

Es 21 de Octubre y está nevando en Olsztyn.

Pensaba dedicar este post a la lluvia de hojas secas de los últimos días, la alfombra de naranjas y marrones que cruje bajo mis pies, pero es inevitable, a veces la realidad te estropea el titular.

El invierno ha llegado a Polonia. El termómetro ronda ya los cero
grados, la lana va sustituyendo poco a poco al algodón en mi armario, y ha empezado a darme miedo salir a la calle (de nuevo).

Viento, todo se tambalea. Aguanieve, humedad, charcos. Las flores se despiden hasta mayo en esta semana de decadencia de lo vivo y lo verde. Desaparece el color, el cielo se tiñe de gris y sólo las bolas de muérdago permanecen en los árboles. Es tiempo de té y piernik, la versión polaca de "mandarinas y polvorones".

Pero, aunque pueda parecerlo, no
hay hueco para la melancolía entre estas líneas. Vale, está claro que el invierno me ha declarado la guerra, pero yo, con mi manual de pacifista en la mano, le respondo riendo a carcajadas

¡Ay de nosotros si dejamos que este tupido cielo se nos caiga encima!


martes, 5 de octubre de 2010

Naturalizándome

Supongo que debería cambiar la forma en que actualizo este blog, porque de alguna manera no lo hago con la frecuencia que quisiera. Hasta ahora mi método ha sido guardar en las cajitas de mi memoria los pedacitos de esta Polonia que me van enamorando, para luego, cuando sean suficientes, escribir algo decente. Pero el caso es que cuando me decido a escribir la mayoría de estas sensaciones se me han olvidado o han perdido la vibración que algún día tuvieron. Así que quizá de aqui en adelante esto se convierta en un blog a modo chat conmigo misma, con frases cortas que condensen cada momento... Veremos. Quizá así aumente la periodicidad.

En cualquier caso, el titulo para este post, "Naturalizándome", lo tenia reservado desde hacia tiempo. ¿Por qué? Porque la naturaleza está ahora más presente en mi vida que nunca (quién lo diría, he pasado de ser un animal de ciudad -cuando no un animal Malasañero- a pasar las mañanas de viernes recogiendo setas en el bosque). Tambien me he despertado a las cuatro de la madrugada para ver el amanecer en el Parque Nacional Biebrza, y me he comprado una botas de agua para caminar por los barrizales y humedales que allí abundan.



Fotos: Kuba Bartoszewicz

Por supuesto, "Naturalizándome" es también un juego de palabras. Me naturalizo cuando me fundo con las costumbres de los que aquí me acogen, cuando dejo de observar las cosas desde el otro lado del crital, cuando me siento menos extranjera que hace un año. Aunque no puedo evitar seguir sintiendo ciertos hábitos como extraños a mi persona (ellos siguen siendo "los otros" y yo sigo siendo la que se poloniza), ahora como a las 5 de la tarde, vuelvo a beber té con una escandalosa frecuencia y me quito los zapatos cuando entro en casa.

Asi que el proceso de integración sigue su curso, pese a que todavía no entiendo por qué conectan un megáfono en los exteriores de las iglesias durante la misa de los domingos para que la voz del cura llegue a todos los que no están dentro del recinto... Es verdad que aquí la gente sigue sin saber cómo reaccionar cuando una les dice que es atea, pero propagar el "mensaje divino" a golpe de altavoz al más puro estilo evangelizador... A veces soy yo la que no sabe cómo reaccionar!

Aunque la cosa va más de encuentros que de desencuentros. Europa cada vez se parece más y Polonia no es una excepción. Pero más allá de las fronteras políticas, supongo que lo que más me acerca a esta gente es el mero hecho de que todos somos gente. Al final nos reimos con las mismas cosas, sufrimos por los mismos motivos...

Los polacos, podría decirse, son más cerrados a la hora de expresar sentimientos (aunque toda generalización es en vano, cada persona es un mundo). Pero también es verdad que las nuevas generaciones saben mucho de cómo expresarse a través de otros canales como la música, el baile o el teatro. Se respira creatividad en esta gente, algo que, al menos yo, echaba en falta en el Madrid de los anónimos (ser indie no es ser creativo). Y tienen curiosidad: por los idiomas, por redescubrir el mundo, viajar, mezclarse con otras culturas... También están muy unidos con su historia. Son patriotas, aunque no en un sentido despectivo. Supongo que simplemente se sienten orgullosos de que su país siga existiendo después de tantos golpes, y de alguna manera se sienten también responsables de conservar ciertas raíces que resistan los nuevos golpes, los de la agresiva globalización capitalista. Esto último, sin embargo, es un rasgo que se encuentra más entre los jovenes que rondan los 30 años, aquellos que nacieron bajo el estado de guerra. Los adolescentes parecen haberse olvidado de todo y abrazan los KFC, H&M y McDonald's como sus "verdaderas" nuevas raíces.

De cualquier manera yo me encuentro en mi salsa (como si fuera difícil...). A cada esquina tropiezo con un nuevo descubrimiento que compartir con vosotros, y eso tambien me gusta :)