martes, 9 de diciembre de 2008

Del paso de los dias

Cuando la novedad se transforma en normalidad y los dias se llenan de actividad, a veces, se me acaban las palabras. Pero aqui estoy de nuevo, porque siempre hay jugo por exprimir en los citricos de mi existencia.
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Olsztyn esta reduciendo su tamaño, como antes lo hizo Madrid. Es la señal de que ya me siento aqui como en casa (aunque con la ciudad de los neones necesite años y aqui me ha bastado con un par de meses). Me conocen en el supermercado, los niños me saludan por la calle y ya puedo reducir esta ciudad de 170,000 habitantes a unas cuantas calles empedradas, las que recorro todos los dias viendo casi las mismas caras.
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Por fin estoy ocupada en mi trabajo y he dejado de sentir que las vacaciones se habian alargado tres meses de mas. De hecho, me urge comprar una agenda (y no la necesitaba desde que tenia 16 años). Una de mis labores en la organizacion es dar clases de español. Los lunes con un grupo reducido de niños y los martes con al menos 15 mujeres ansiosas por añadir el español a la lista de idiomas que dominan (es increible cuan interesados estan en este pais por aprender idiomas que se hablan en lugares remotos para ellos).
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Con los niños no puedo hablar ingles y el polaco aun se me resiste (ciertamente, no hay nada facil en este idioma de locos que ni los nativos saben hablar con precision), asi que pasamos una hora haciendo pantomimas y sonidos que nos ayuden a expresarnos. Aprendo mucho de ellos y su asimilación del espanol es impresionantemente veloz. A veces, cuando estoy con ellos, desearia volver a la infancia sólo por recuperar esa capacidad para absorber todo lo nuevo. El unico pero es que no contamos con muchos recursos pedagógicos, asi que me ha tocado cantar ya en un par de ocasiones. Adios sentido del ridiculo, ahora soy capaz de cantar "Un elefante se balanceaba..." delante de cinco niños polacos sin ponerme ni un poquito roja (mas de uno deberia estar orgulloso de mi).
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Con los adultos es mas facil ahora que he coincidido con una profesora amante de la lengua española que ha puesto a mi disposicion una cantidad ingente de manuales y material audiovisual. El unico inconveniente es que, primero, yo no he estudiado filologia hispanica y, segundo, tengo que explicarlo todo en ingles. Asi que ya podeis imaginar los sudores cuando me toco explicar la diferencia entre los articulos definidos e indefinidos (en polaco no tienen nada parecido, se rigen por declinaciones). Hoy hablare sobre la diferencia entre ser y estar... Ya es contare.
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A parte de las clases en la Biblioteca, voy dos veces al mes a uno de los once institutos de Olsztyn a poner un poco de acento a las clases de español de Gina. Alli trabajo con adolescentes en plena explosion de hormonas. Pero se portan bastante bien y a mi me encanta escucharles (aunque creo que todavia les doy un poco de miedo...) Y una curiosidad, en el centro existe una planta llena de pequeños cuartos donde los alumnos cuelgan sus abrigos. ¡Una planta entera solo para la ropa de abrigo! Increible...
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Ademas de las clases y el taller de manualidades de los miercoles del que ya he hablado, siempre surgen actividades paralelas. Ahora, como no podia ser de otra forma, estamos inmersas en una vorágine de presentaciones sobre la Navidad en nuestros paises. Y, ¿que puedo contar yo sobre la Navidad en España? Pues que comemos uvas en fin de ano y que a nosotros los regalos nos los traen los Reyes Magos. Como para los niños era complicado de entender eso de que en mi pais no existe Mikołajki (Papa Noel), ni corta ni perezosa decidi montar un belen viviente, disfrazar a mis companeras de rey mago y contar la historia como se merece. Y les encanta. Aunque, como siempre, les divierten mas los camellos que los reyes (hemos construidos tres dromedarios de carton gigantes con cara de haber fumado algo raro).
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Y eso es lo que se mueve por estos lares, donde hace dos semanas que no sale el sol, el frio se aguanta buenamente y la nieve aun se resiste a caer (tan solo ha habido una semana en la que toda la ciudad se pinto de blanco). El vodka empieza a ser menos misterioso para mi y el bar de de debajo de mi casa es ya una extension de nuestro piso. Aun asi, aun no me acostumbro a este habito que tienen los polacos de dormirse en los bares... Pero me hallo, estoy feliz. Eso si, que no me quiten las dos semanitas de aires calientes que me esperan en Canarias, que mi piel esta pidiendo sol a gritos. Do widzenia znajomi!

jueves, 20 de noviembre de 2008

Travelling around

El ritmo de los acontecimientos se ha acelerado tanto que es difícil incluso encontrar tiempo para relatar lo que se mueve por esta Polska helada. Pero aquí estoy de nuevo. Para que recorráis conmigo los lugares que visito.

Gdansk. Cuatro días, tres noches, una colonia de españoles perdidos en Polonia, tumulto de polacos, inglés con acentos, sangría Señorita, tortilla de papas y unas birras enfriándose en la ventana. Cuando estás lejos de casa cualquier cara amiga se convierte en tu familia, y la que hemos construido aquí está llena de color. Y cada cena, cada mesa redonda en torno a una cerveza, se convierte en un monumento a la interculturalidad informal y sin remilgos. En la ciudad encantada a orillas del Báltico nos encontramos con más voluntarios que están realizando sus proyectos en Varsovia. Nos arrejuntamos como pudimos en casa de Raquel, durmiendo en cada rincón de la casa y estableciendo turnos para la ducha. Convivencia loca que los vecinos sufrieron con gravedad.

El centro de Gdansk es un lugar para pasear y merece la pena detenerse en casi todos los edificios. Así que hicimos de nuestro viaje un ruedo turístico sin museos, desafiando el frío y la noche (que ya cae a las cuatro de la tarde) con té y zapiekankas.

También tuvimos un encuentro espectacular con los cisnes que nadan en estos mares helados y sin atunes. Recogimos en una botella un pedazo de esa playa de Sobot tan hasta arriba de turistas donde los polacos se pegaban patadas por sacarse fotos con un negro que pasaba por allí.

Y visitamos el mercado de la ciudad, una explanada llena de ropa usada y trastos varios donde absolutamente todo es susceptible de ser vendido por uno, dos o cinco zlotys. Allí compramos el ajuar para la fiesta de disfraces que nos esperaba a la noche, donde todos los que acudieron acabaron aprendiendo un puñado de palabras en español. ¡Qué raro suena nuestro idioma cuando lo pronuncian las gargantas desacostumbradas!

Y así volvimos a Olsztyn, en un tren incomodísimo pero muy barato que machacó los raíles durante dos horas y media con nosotros dentro. Aún quedo tiempo para saborear durante el viaje lo intenso y fugaz que vivimos en Gdansk y para prometer más visitas mutuas en la casa de cada cual donde siempre es un gusto compartir las colchonetas y cocinar para trece personas.

Apenas tres días después marchamos a Varsovia, donde un concierto de electro era la excusa perfecta para reencontrarnos con algunos de los voluntarios que conocimos en el curso que hicimos hace un mes en Konstancyn. Casi perdemos el autobús, perdidos como estábamos en la estación del PKS de Olsztyn, donde no hablan inglés ni en el punto de información internacional. Pero la suerte nos rozó de nuevo, como siempre pasa cuando vas a la aventura, y encontramos un autobús repleto que nos llevaba hasta el centro de la capital y que salía en… ¡30 segundos! Para dentro pues. A recorrer de nuevo un trozo de país a través de carreteras de asfalto despedazado.

A la llegada, encuentros en la estación, maletas a la consigna y dirección al bar más cercano. Después aquel extraño concierto de música-ruido donde al fin encontré la clase de “modernos” que inundan las calles de Madrid. Polacos al borde del coma etílico moviendo el esqueleto como si les fuera la vida en ello. Y de ahí, cuando el reloj cantaba las cuatro de la mañana, tren camino al bosque donde Vega, voluntaria española, vive y trabaja. Se trata de un centro de educación interna para niños sordos en medio de la nada, a una hora en tren de Varsovia, donde te ves obligado a iluminarte con una linterna durante el camino que lleva a la escuela. Los fines de semana los niños del centro vuelven a sus casas y Vega se queda sola entre los árboles, en aquel edificio tan grande y frío. Está siendo duro para ella, así que estaba contentísima de que estuviéramos allí. Y para nosotros fue genial tener la oportunidad de ocupar nuestras propias habitaciones e incluso cocinar algo a la “mañana” siguiente (entre comillas porque despertamos a las tres de la tarde y estaba atardeciendo entre la lluvia).

La noche del sábado decidimos buscar alojamiento en el centro de la ciudad, pero todos los albergues estaban repletos. Así que Karo llamó a una voluntaria ucraniana que había conocido durante un fin de semana en Cracovia y le pidió un techo para nosotros cinco. Y así es como el EVS va formando su propio couchsurfing, prestando suelos enmoquetados a los que deciden visitar ciudades sin gastar dinero en alojamiento. Yara, que así se llamaba nuestra anfitriona ucraniana, nos ofreció un salón en el que ya habitaban dos gatos enormes, y nos dio cancha libre para salir y entrar a nuestras anchas. Así que marchamos a Praga, uno de los barrios más deprimidos de Varsovia, que no fue destruido durante la II Guerra Mundial y por tanto tampoco fue reconstruido en 1945. Así que la mayoría de los edificios muestran fachadas con la pintura rascada. Es el lugar donde viven los gitanos, la gente con menos recursos, los ancianos sin familia, los drogadictos y algunos jóvenes.

Con esta estampa encontramos un concierto de Mass Kotki, un grupo de electro cómico formado por dos chicas polacas, en un bar cuanto menos pintoresco. Una especie de antigua nave o fábrica llena de sillones desvencijados y mujeres gordas vistiendo vestidos de cuero apretados y amenazando con su látigo. Fue como asistir por unas horas a La Movida madrileña pero en Polonia y en el año 2008. Seguro que Almodóvar encontraría en aquella sala de conciertos suficiente material para ganar otro Oscar.

El último día y de la mano de Marij, que también trabaja como voluntaria en un hospital sitio en un bosque a las afueras de la ciudad, recorrimos el parque donde se encuentra el monumento a Frederic Chopin. Y una librería donde puedes beber café y comer tartas caseras rodeada de niños y libros en lengua extranjera.

Y vuelta a Olsztyn. Esta vez durmiendo, porque el suelo de la ucraniana fue útil, pero bastante incómodo. Una vez aquí, empezaba nuestro primer gran trabajo como voluntarias: una semana europea en la biblioteca Planeta 11 donde debíamos mostrar nuestros respectivos países. Así que nos sumimos en jornadas laborales de diez horas recolectando fotografías e información sobre nuestros paisajes, nuestros artistas, nuestra música... Y por un día un pedacito de Polonia se convirtió en territorio español, con gente jugando a las cartas con nuestra baraja y comiendo tortilla de papas y empanada gallega.

Ahora que la tormenta ha pasado y las cosas vuelven a la normalidad me doy cuenta de que está haciendo mucho, mucho frío. Antes de ayer nevó durante un par de horas y en seguida todos los tejados estaban blancos. Ha llegado el invierno y los centros comerciales ya nos están metiendo la Navidad hasta en la sopa. Es como siempre, pero en Polonia. ¡Y me encanta!

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Going and coming

Fin de semana de locura resumible en lo que sigue:
- 27 horas entre aeropuertos y aviones
- 25 horas en casa-casa, 9 de las cuales durmiendo (en una cama de verdad) y al menos 4 comiendo
- 2 noches en un Madrid que ya no es mío pero que todavía siento como la ciudad que siempre me espera (sin dejar de funcionar)

El viernes salí de Olsztyn a las seis de la mañana. Cogí un autobus directo al aeropuerto, donde había quedado en verme con una dulce sonrisa que no encontré. El avión a Madrid tenía un retraso de dos horas y media (en un aeropuerto sin zonas para fumadores) y perdí la conexión con el vuelo a Tenerife. Así que llamé a ese alguien que siempre tiene sitio para mí (la gente que llegó para quedarse permanece incluso después de que te hayas ido) y nos dispusimos a improvisar un Halloween de paso, entre Bardemcillas, vinos y aceitunas, Aidas, vodkas, Siderales y franceses. Tan buena fue la noche que al día siguiente me quedé dormida y perdí de nuevo el avión. Y allí estaba, en la T4 de Barajas, con la ropa del día anterior, sin ducharme y teniendo que esperar ocho horas hasta el próximo vuelo. Cuando agoté mi agenda y llegué a la conclusión de que todo dios estaba durmiendo o tenía el móvil desconectado, entré en un baño cualquiera, me cambié de ropa, me lavé los dientes, cambié mis zlotys por euros y desayuné un pincho de tortilla.

A las seis de la tarde del sábado aterrizaba al fin en Los Rodeos. Con neblina y aire freso llegué a La Laguna, donde al fin pude ducharme. Entonces comencé a empaparme de familia y paz en un baibén de gratas sorpresas, comida sabrosa, sonrisas, lágrimas y amor. Apenas un día, pero dio tiempo de comer castañas, pasear junto al mar, comer puchero casero y ver llover. Llena de energía, de vuelta a Madrid, donde me esperaban ya las cañas y una curiosa conversación sobre aquello que nos pica a todos. Al amanecer, trenes y metro en plena hora punta cargada con una mochila de 16 kilos. ¡Pero qué gusto ese Madrid egoísta y veloz que te pisa los zapatos sin pedir perdón!

Vuelo con turbulencias y sin altercados. El reloj marcaba las dos de la tarde cuando yo pisaba de nuevo el suelo de Varsovia. Otra vez a cambiar mis euros por zlotys y, ahora sí, encontrar entre un ruidoso tumulto de polacos aquella dulce sonrisa. La ciudad estaba, como siempre, gris y salpicada de lluvia. Los edificios se perdían entre la neblina difuminando los finales cuando al fin encontramos un bar suficientemente oscuro donde tomar cerveza a las tres de la tarde.

A las 10 de la noche del lunes, y apenas cuatro días después de haberme marchado, estaba de nuevo en Olsztyn. Todo había cambiado a pesar de estar en el mismo sitio. Y no podía hacer otra cosa que sentirme feliz y agradecida. Por aquellos que siempre esperan mi vuelta, porque allí donde se encuentren ellos estará mi techo. Por los pequeños de la familia que crecen sin parar mientras el enrededor se transforma y replantea. Por los 25 años de cariño y calor que me sirven de colchón y ejemplo. Por las sonrisas que convierten en soleada una ciudad gris. Y porque seguir hacia delante sigue siendo la más apetitosa de las opciones.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Lluvia de colores

Lluvia chispeante que no empapa pero moja. Larga espera al borde de una calle que parece un río viendo las luces pasar, tintineantes. Al fin el semáforo pasa a verde y puedo disponerme a saltar el gran charco que hay antes de llegar al otro lado. Son las seis de la tarde y hace más de una hora que ha anochecido aquí en Olsztyn. Mis manos, llenas de color, parecen una mala reproducción de un cuadro de Van Gogh tras el taller de máscaras que hemos hecho hoy con los niños. Guardo en el regazo, para que no se mojen, tres ejemplares del periódico Junior en el que una periodista anónima ha decidido plantar nuestras caras con alguna información adicional, en polaco, of course. También llevo conmigo una calabaza fabricada con papel de seda y un táper sucio con los restos de mi comida de hoy: arroz con salchichas.

El horizonte está lleno de planes, viajes, reencuentros fugaces y palabras por decir. La lluvia no mata hoy mis ganas de seguir descubriendo cada rincón de esta ciudad, de este país, de este continente. Pensando en ello un simpático y bonachón señor interrumpe mi ensoñación para pedirme la hora (en polaco, of course), y cuán grande fue mi sorpresa cuando me descubrí entendiéndole. El problema, claro, es que aún no he aprendido a decir la hora, pero bastó con enseñar mi reloj. Así que hoy llego a casa con una sonrisa adicional en el rostro.

domingo, 26 de octubre de 2008

Ot(r)oño

Domingo de nuevo, pero esta vez con sol. Y cuando sale Lorenzo en Polonia no está permitido quedarse en casa. Así que hoy desperté relativamente temprano y me dispuse a perderme por la ciudad sin previa planificación. Guantes y gafas de sol, y en cinco minutos estaba en el lago, aún con legañas en los ojos. Este lugar es realmente un remanso de paz cuando dejas de escuchar el ruido de los coches para sentir cómo crujen las hojas secas bajo las suelas de tus zapatos. Cuando los árboles tapan las grúas y el aire empieza a soplar desde el mismísimo centro del arroyo. Es entonces cuando me abrazo a un árbol para protegerme del viento, dejo que el pelo me tape la cara y tiendo la piel al sol, absorbiendo los rayos de luz de estos atardeceres de medio día. Callarme y escuchar sólo los berridos de estas gaviotas de interior.

Domingo de nuevo, sí señor. Pero hoy con una hora menos. Los descubro tarde y para mi tortura hago cálculos: ¡a partir de ahora se hará de noche a las cinco! Pero no me importa, es un precio totalmente asumible por tener a cambio la oportunidad de disfrutar de este otoño. Estoy redescubriendo las estaciones y ésta sabe a galleta de chocolate negro y naranja amarga.

Y a cinco grados los polacos todavía pueden comer helado.

domingo, 19 de octubre de 2008

Domingo

Despertamos cuando el sol se está poniendo y desayunamos a destiempo entre lamentos de Chavela. Un cantautor posa su voz y su guitarra bajo mi ventana y desafía al frío poniendo banda sonora a nuestro día de quietud. Me acuerdo del cantante callejero de Once y me veo obligada a abrir las ventanas de par en par para escuchar bien sus acordes polacos. Cuando las campanas de la iglesia cantan las cinco de la tarde, el cuerpo pesa y el alma no para quieta, cuando Aline decide volver a la cama, porque está sufriendo un choque cultural, cuando las palomas encuentran un rincón en la fachada de enfrente para incubar sus huevos. Es entonces cuando me quedo sola, inventando un nuevo día en este país que es ya mi tercera casa. Preparo un té y le pego un mordisco al pastel de chocolate que preparamos ayer con mimo tras nuestra gélida visita a los lagos.

Las torres arañando el cielo nublado, rascando un poco de sol a estos días de otoño. Se nos han fundido las bombillas del baño y tenemos que ducharnos a la luz de las velas. Así que las noches de sábado nos dedicamos a cometer pequeños hurtos en los bares robando posa velas de cristal. El cantante de abajo se toma un descanso y el silencio inunda esta habitación en la que está entrando ya la noche, una apacible noche de domingo tan limpia, pura, con sabor a escarcha de naranja y aires fríos que despejan mi cara. Muchas cosas que contar sobre Polonia, sus gentes, la fe que mueve montañas y la política que pone barreras a la naturaleza humana. Pero estoy vaga para hablar de cotidianidades. Tal vez otro día, porque hoy “dejarse llevar suena demasiado bien”…

viernes, 17 de octubre de 2008

Cuando los días son grises

En Olsztyn, como en todos lados, hay días y días. Después de un mes en este país lejano ayer tuve por primera vez un día malo. Todo parecía más difícil, el cielo estaba muy gris y yo no podía estirar el ceño fruncido por el exceso de ejercicio mental. Se me quedó algo en Varsovia… Y volver fue raro, como observar una espléndida burbuja de jabón explotando de pronto. Pero hoy es otro día. El cielo también está gris y sigue lloviendo, pero hoy no tengo sueño y puedo sonreír. Suena música en la calle y he hecho un grupo de “amigas” en Abecadlo. Son un grupo de niñas de entre 10 y 12 años a las que les divierte mucho hablar con nosotras en inglés y enseñarnos algunas palabras de polaco. Así que la vida sigue, después del gran paréntesis (más por intensidad que por tiempo) que fue Konstancin.

El miércoles hicimos nuestro primer taller con los niños. Tocaba hacer un mural con fotos de España de las que poco pude explicar. Pero son niños, es increíble como les basta un poco de papel y pegamento para disfrutar. A veces se me contagia ese estar bien con cualquier bobada, y es un sentimiento apacible.

Empieza a hacer frío (ahora entiendo porque esta gente bebe té hirviendo a todas horas) y hace días que no sale el sol. Pero el camino sigue al ritmo de las campanas y yo continúo sonriendo, entre fotos del papa polaco y conversaciones intuitivas.

jueves, 16 de octubre de 2008

Konstancin - Warszawa

Fin de semana intenso, choque cultural a la vuelta. Pero, como siempre, será mejor empezar por el principio.

El viernes partimos hacia Varsovia para asistir al curso de formación a la salida en Konstancin, un pueblecillo a las afueras de Varsovia. Salimos de Olsztyn a las siete de la mañana, con el cielo de un azul eléctrico. Vimos a las nubes amanecer cuando el suelo aún estaba mojado y las calles ya llenas de gente. El viaje, para variar, lo pasé durmiendo. Y en un plis, a ritmo de The Sunday Drivers, llegamos a la capital de Polonia, la ciudad siempre gris, con sus edificios tristes y sus chicos guapos.


Esperaba que fuera algo parecido a la formación en Alborache, teniendo que sonreír todo el rato mientras hacíamos estúpidos juegos y cantábamos ridículas canciones en un albergue en el culo del mundo donde la comida era bastante mala. Pero no, en Konstancin nos esperaba un encantador hotelito rodeado de inmensas mansiones semi derruidas y muchos, muchísimos árboles, con las hojas naranjas cayendo al suelo de forma incesante. Las camas eran comodísimas, todo estaba limpio y nuevo y la comida… ¡increíble! Tuvimos la oportunidad de probar la cocina típica polaca, siempre sopa, siempre col, carnes suculentas, pierogi… ¡Delicioso! Eso sí, las horas de comida eran horribles: el almuerzo a las una y la cena a las seis. Pero al final nos acabamos acostumbrando. Y la gente… pues de todo tipo. Veintitrés voluntarios procedentes de Lituania, Rusia, Ucrania, Albania, Austria, Finlandia, Italia, Francia, Alemania y, cómo no, España. Grupo variopinto donde los haya.


El sábado la actividad del día consistió en visitar Varsovia divididos en pequeños grupos. Debíamos elegir algo que nos interesara de la cultura polaca y tratar de recolectar toda la información posible sobre el tema. Elisa, Aline y yo nos decantamos por el Museo Etnológico, acompañadas por Karol, Lea y Marij, Marij, Marij. El museo no dio mucho de sí, estaba en obras y era bastante pequeño, así que no gastamos mucho tiempo en él y nos dirigimos hacia el centro “antiguo” (Stare Miasto) de la ciudad, reconstruido enteramente hace 50 años. En contra de lo que esperaba (todo el mundo dice que Varsovia en terriblemente fea), el centro me pareció encantador, como de cuento, colorido y soleado, muy paseable. Después llegó la fiesta, porque Polonia había ganado a Republica Checa en el partido de aquella noche y había que celebrarlo. Así que nos dieron las tres de la mañana bebiendo cerveza rica en vasos grandes. Hablando y riendo.


A partir de ahí, hubo más días con más actividades entre comida y comida. Debates interesantes sobre los usos y costumbres de Polonia, su historia, la Guerra, la religión… Descubrimos que bromear sobre el Papa polaco se considera un ofensa personal en este país, que beber en la calle esta prohibidísimo y que no es educado rechazar alcohol cuando alguien te ofrece. Pero lo mejor fue el grupo de amigos que creamos a partir de la tercera noche. Siete chalados con diferentes acentos pero con las mismas ganas de fiesta. Entonces todo empezó a ir rápido y dejé de escribir lo que iba pasando. Las noches eran cada vez más largas y las charlas del día siguiente cada vez más duras, combatiendo las resacas con té y riendo sin parar por las tonterías que se pueden llegar a decir cuando el cerebro no va todo lo rápido que tu quisieras. Entre billares y cervezas quedó la promesa de que nos visitaríamos mutuamente durante el año así que creo que voy a viajar mucho durante estos meses. Para empezar, hemos quedado en un mes en Varsovia para reencontrarnos a ritmo de música electrónica en un concierto extraño.


Así fue, hasta que nos marchamos. Los últimos del grupo, a última hora del martes y sin ganas de volver a la vida normal. Me habría quedado en aquél lugar un mes más, alimentándome sólo de risas y sonrisas, miradas de complicidad cuando el idioma no da para más. Y ahora sufro un “choque cultural” y todo parece haber sido un sueño intenso, suave, extraño.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cotidianidades II

Estos últimos días de lluvia se han llevado consigo todas las terrazas del centro de Olsztyn. Sólo quedan ya en la calle las sillas y mesas de roble macizo de la heladería de enfrente, donde siempre hay algún rubio chupando el sirope del plato hasta dejarlo limpio. El aire se vuelve poco a poco más frío, pero está siendo una transición suave, un ir y venir entre el sol y la lluvia, los días azules y los días grises. Las hojas de los árboles están cada vez más naranjas y las manzanas que robamos siempre a la vuelta del trabajo están cada vez más buenas. Tanto que nos estamos empezando a hartar de comer compota (a la última le salió moho antes de que pudiéramos acabar el bote).

Respecto a mi enredadera de interior tengo ahora otra pregunta: ¿pueden morir las plantas por exceso de agua? Si es así a la mía no le queda mucho tiempo de vida, porque vuestros comentarios llegaron después de que pasara tres días sucesivos regándola con mimo. No sé que será de ella. Ni que será de mí si muere, ahora que mi girasol ciego está pidiendo a gritos que lo saque del jarrón y lo tire a la basura. Pobre girasol reseco, que quiere una muerte digna… ¡Menos mal que mi veleta de mil colores no necesita ser regada para seguir girando!

En cuanto a mi inmenso cuarto, al fin le he dado el lavado de cara que necesitaba. Después de un domingo de resaca arrastrando estos pesados muebles heredados del comunismo y aspirando con fuerza esta sucia moqueta de tan larga vida, ahora mi habitación es como una suite de hotel con vida propia. Salón para cafecitos, zona de pinta y colorea y dormitorio, ¡tres en uno! Y aún nos quedaron fuerzas a la loca de Aline y a mí para construir una papelera para nuestro destartalado baño. Quedó genial, aunque tenemos que cuidarnos de no mojarla porque es de papel y cartón. En cuanto pille unas témperas le pongo color y ala, nuestro baño será ya un baño de verdad (teniendo en cuenta que también hemos comprado un tendedero y ya no tengo que ducharme agachada con cuidado de no mojar las bragas que reposan sobre mi cabeza).

Así es como las cosas y yo vamos encontrando poco a poco nuestro lugar en este crazy flat, tan cerca de todo que apenas sí me da tiempo a fumar un cigarrillo o escuchar una canción en mi Mp3 de vuelta a casa cuando salgo de un bar, la biblioteca o el supermercado. Visto desde aquí, el tiempo que gastábamos en Madrid para llegar a la Universidad o el trabajo se hace un mundo (aunque era divertido cuando nos llevaba el viejo Rover y poníamos música buen rollo, sin importarnos llegar tarde o no llegar). Aquí se va a casi todos lados andando y sin necesidad de coger cuestas. Todo llano, como a mí me gusta. Sólo hay un inconveniente, gran inconveniente. Y es que en Olsztyn nadie pensó en los peatones (con la de gente que hay siempre en la calle) cuando sincronizaron los semáforos de la ciudad. Puedes estar minuto y medio esperando a que el muñequito se ponga verde y luego, para cruzar, más vale que te apañes con 20 segundos. De lo contrario morirás atropellado o, en el mejor de los casos, ¡te pondrán una multa! Porque sí, aquí cruzar en rojo se considera peligro público y esta penado por la ley. Aunque eso no me molesta tanto. Los que me conocen saben que odio cruzar semáforos en rojo, así que es casi como estar en una ciudad a mi medida.

Más cosas que me enamoran de este lugar… ¡Se puede comer en todos sitios! En las bibliotecas, en las librerías, en las estaciones y los supermercados, en las tiendas, las floristerías, los quioscos… Aunque pocas veces recurro a estas tiendecillas extrañas, ya que siempre llevo conmigo un taper (¿se le puede llamar taper al envase de un helado?) bien cargado de ensalada, pasta, filetes de pollo o panga (para que no digas que como mal mamá). Generalmente como en el trabajo, mirando de frente a personas con las que no puedo entenderme hablando pero sí con miradas y gestos. Es divertido no entender nada de lo que dice la gente (aunque a veces hecho de menos poder cotillear alguna conversación en los autobuses).

En el trabajo voy progresando. Ahora ya me dejan forrar libros y recortar estrellas a montones. Es casi como ser becario de corrección en El Mundo, así que me siento como en casa. De todas formas, Elisa y yo ya estamos preparando las clases de español para niños y mayores. Me siento un poco perdida en ese sentido, pero supongo que todo irá resolviéndose sobre la marcha una vez empecemos, creo que en una o dos semanas ya. Para dentro de siete días tenemos organizado un taller con los chavales de Abecadło para presentarles nuestros respectivos países. Quiero acabar con los tópicos sobre España y que, al menos estos niños, entiendan que se puede ser español y no saber bailar sevillanas al mismo tiempo. En conversaciones de sábado noche descubrimos el curioso choque en algunas cosas, como el sentimiento hacia las banderas o la opinión sobre las corridas de toros. ¡Aquí todo el mundo piensa que Canarias está debajo de Mallorca! Intentaremos ofrecer a los niños una perspectiva más o menos global pero a la vez simple y fácil de retener. Y me ocuparé de buscar un mapa donde Canarias haya sido colocada en el lugar que le corresponde con sus siete islas al completo.

Y poco más, porque son las nueve y es hora de cenar. Suenan ya las campanas de la iglesia y esa canción en recuerdo de la Virgen María que todas las noches pone toque de queda a la actividad cristiana en la calle. Los que permanezcan ahora en el empedrado estarán condenados a la concupiscencia.

martes, 7 de octubre de 2008

Entre ayer y hoy

Suenan canciones de ayer. Eso, algunas viejas fotos y yo es el único rastro de mi pasado que encuentro ahora en este nuevo cuarto, quién sabe a cuántos miles de kilómetros de las antiguas rutinas. Desde Polonia todo lo que quedó atrás se ve difuminado y lejos, aunque no por ello más pequeño. Ejercicios de memoria para limpiar los recuerdos de estos últimos cuatro años en la hostil pero acogedora ciudad de los nenones. Y lo que permanece, después de la limpieza, es denso y pesado, nítido y limpio, y se convierte en parte de la base de la persona que soy, hoy llena de sensaciones nuevas que flotan en la cubierta de este vaso siempre a punto de rebosar cuando no de felicidad, de dulce nostalgia. Y es que sí, son muchas cosas nuevas, todo dinámico, cambiante, todo apariencias, primeras impresiones, nada establecido, nada dicho. Aún así, he de reconocer que estoy completamente adaptada ya al ritmo de esta nueva vida. Nuestra casa es ya una casa de verdad, con personalidad propia, colorida y luminosa, con esa veleta girando incesante en la ventana. Apenas una semana ha pasado. De las maletas que iban y venían, del dormir en los aviones y el desayunar en los aeropuertos, del “no me quiero ir”, del inevitable miedo llegar. De las despedidas gélidas en madrugadas extrañas. Hoy me alegro de aquella decisión tomada apresuradamente con la que todo cambió de rumbo, sentido, color. A pesar de lo bueno que quedó atrás, de las cosas que dejamos a medias o sin empezar, a pesar de los extraños que no dio tiempo a conocer y los rincones que no dio tiempo a pisar. Hoy sonrío a la Paula de antes de ayer y le doy las gracias por traerme hasta aquí. Porque hoy el mundo es más grande e inabarcable, se extiende infinito ante mi hambrienta mirada, esperando para ser devorado en pequeños y sabrosos bocados.

Y mientras, afuera, a veces llueve incesantemente y otras veces sale el sol para que los pájaros vuelen bajo. Anochece pronto y siempre hay tiempo para la soledad requerida. El recuento y el descuento. Combato el frío vistiendo con los colores del arco iris.

viernes, 3 de octubre de 2008

Sobre la raza polaca

Los jueves es la noche de los estudiantes en Madrid, Tenerife, Olsztyn y la Conchinchina. Así que ayer tocaba salir sí o sí. Y cuál fue mi sorpresa sobre la fiesta en Polonia. ¡Los polacos beben como viquingos y bailan como negros! Ya quisieran los adeptos de Pachá mover el esqueleto de esa forma cuando suena una canción de Mano Negra o... ¡La bamba!. Divertidísima noche observando las caras de circunstancia de Aline y los danzares sueltos de Chloe y sus amigos de nombres impronunciables.

Los polacos son gente por lo general amable y servicial. Eso sí, no se tocan ni se besan tanto como lo hacemos en España. Se saludan dándose la mano hasta que consideran que tienen suficiente confianza con el susodicho. Pero bailando... Bailando todo vale en Olsztyn si son las once de la noche y estás en el Molotov, un antro en el que tienen más de cuarenta tipos de cerveza y que recuerda a los garitos de La Movida por sus paredes pintandas de negro. Era como estar en Malasaña pero cambiando el español por sonidos extravagantes.

Además de divertida, fue una noche simbólica. Era la despedida de Chloe, la voluntaria francesa que ha cumplido un año de EVS aqui en Olsztyn. Ella se va y nosotras llegamos, para sustituirla en la casa, en el trabajo y en los bares. Siguiendo sus pasos para reinventar el camino.

Así que cuando desperté esta mañana la habitación estrella de mi crazy flat ya era, ahora sí, toda para mí. Creo que gasté una hora pensando qué narices hacer con tanto espacio, con tanto blanco en las paredes... Algo apañaré seguro. Chloe dejó, para la posteridad, una carpeta con folios de colores y cartulinas, creyones, un ramo de flores secas, un girasol ciego y... ¡una planta! Me he propuesto cuidarla bien a ver si me llega a final de año. Sólo tengo una pregunta... ¿las plantas se riegan todos los días?

En el trabajo, después de la málísima impresión del primer día, ya voy encontrando mi sitio. Sigo sin tener una labor específica que desempeñar pero todos los días invento algo. Estoy esforzándome en entender la extraña nomenclatura que siguen para ordenar los libros en las estanterías y me he especializado en recortar estrellas. Es un trabajo tranquilo donde me tratan bien. Y los niños son geniales. Ayer recibí mis dos primeros dibujos personalizados. Por supuesto, los he colgado en mi habitación.

Eso es todo por ahora, desde el otro lado del continente.

jueves, 2 de octubre de 2008

Cotidianidades

Todos los días en Olsztyn son diferentes y tienen sorpresas, matices. Aún así creo que ya estoy en disposición de trazar un boceto de lo que es un día normal en ésta mi nueva ciudad.

El despertador está programado para sonar a las ocho, pero siempre me despierto antes porque mi habitación no tiene persianas y las cortinas son blancas, traslúcidas. Así que me queda esa media hora de semiinconsciencia desperezándome en mi buró-cama antes de empezar el día. Es entonces cuando tengo mi encuentro diario con el crazy bathroom del que ya he hablado. La cisterna está rota, la tubería de la lavadora desemboca en una ducha que no tiene cortinas, no tenemos lavabo… Pero nos apañamos como podemos. Y es divertido lavarse los dientes en la bañera. El desayuno tiende a ser muy francés porque en Polonia no tienen queso blanco y el aceite de oliva es muy caro para una wolontariuszka como yo, así que normalmente me conformo con una tostada con mantequilla y ese liquidillo negro al que aquí llaman café (el primero que venga a verme tiene que traerme una cafetera de las de verdad porque el aparatejo que tengo en casa es verdaderamente extraño).

Tenemos clases de polaco de una hora y media tres días a la semana. Mira es una profesora muy agradable (aunque en el fondo la odio por vivir en un sexto piso sin ascensor) de las que siempre te ofrece algo para beber y/o comer. Y es que el polaco con herbata (te) siempre entra mejor. Cuando termina la clase, en torno a las 11.30, cogemos una guagua hasta el Alfa Centrum, el recién estrenado y siempre lleno de gente centro comercial de Olsztyn donde está la biblioteca Abecadło en la que yo trabajo. Los martes voy a la otra biblioteca de Miejska, Planeta 11, para echar una mano allí e impartir los lenguages cafes (que empiezan a finales de octubre). De momento mi trabajo consiste en no hacer nada, con la añadidura de no poder hablar con nadie porque nadie en Abecadło sabe hablar inglés. De todas formas espero ir haciendo cositas poco a poco. Al principio manualidades y talleres con los niños, luego clases de español y quizá algún día, quién sabe, consiga montar mi ansiado taller de prensa. La verdad es que esta experiencia tiene muchísimas cosas que aportarme pero hace que eche de menos el periodismo y ese estrés continuo que produce el vivir al borde de la actualidad. Aquí ni siquiera puedo leer el periódico. Bueno, puedo leerlo si no me importa no entender nada.

Los encargados de facilitarnos la vida aquí en Olsztyn son Illona, nuestra risueña coordinadora y la encargada de suministrarnos zlotys y demás necesidades básicas, y Jacek, nuestro joven y bromista tutor. Con él tenemos reuniones semanales para evaluar la marcha del voluntariado y demás aspectos emocionales. También nos saca de fiesta y esas cosas, para que vayamos introduciéndonos en la ciudad de verdad, en la que sólo hay polacos que hablan polaco.

Tras mis “duras” jornadas laborales tengo, por fin, tiempo para mi. Para escribir (tengo la sensación de que se me está olvidando el español), para ordenar, pasear… Pero aquí se hace de noche a las seis y media, así que nos recogemos bastante pronto. La cena es siempre una sorpresa. Con las cosas que preparan Aline, Marlies y Chloe es fácil sentir que mi barriga es feliz. Coliflor con bechamel, quiche loran, sopa de cebolla… Así que, mamá, no tienes de que preocuparte. Mi alimentación es mil veces mejor aquí de lo que era en Madrid.

Por las noches toca salir a descubrir un nuevo bar cool and nice y beber una de esas cervezas gigantes que aquí sirven en los bares. Todavía no me he atrevido con la piwo (birra) caliente con especias que tanto me recuerda a la época medieval de Los pilares de la tierra. Olsztyn es una ciudad joven con mucha vida cultural y es fácil encontrar conciertos espontáneos, exposiciones curiosas y, por supuesto, gente y más gente bebiendo cerveza y más cerveza a todas horas, todos los días. Por supuesto aquí nunca se nos hace de día cuando salimos de fiesta, pero también lo pasamos bien. Aquí en el Este, que diría una española perdida en Polonia.

martes, 30 de septiembre de 2008

Algo para ver

El tiempo se está portando bien con nosotras y por ahora es agradable dar paseos a medio día. Al contrario que en Canarias, las estaciones aqui están bien marcadas, son drásticas. En esta foto, un poco de otoño.

Aqui mis compañeras de aventura. A la izquierda Aline, la crazy francesita con la que vivo (y una buenísima cocinera también), a su lado Marlies, de nacionalidad austriaca y de naturaleza alegre, y arriba, tocándole los huevos a Copernico, Elisa, la gallega que me he traído conmigo para recordar los acentos de las Españas.


Olsztyn tiene muchísimos bares. Cool & nice es el calificativo general. La cerveza es barata y rica. Esta es una de las calles del centro, la mayoría peatonales, con algunos pubs.


La iglesia de Olsztyn. Creo que no es ni la única ni la más grande pero es la que tengo cerca de casa. Construcción extraña. Y más extraño todavía: el domingo por la mañana estaba llena de gente! Realmente este país es mayoritariamente católico.


Una de las plazas de Olsztyn, también con bares y siempre con gente. En la foto familias con niños, porque era domingo y lo de salir a dar un paseo con la familia es casi un deporte nacional. Simpáticas construcciones típicas al fondo.



Uno de los lagos de Olsztyn. El más cercano al centro de la ciudad pero también el más pequeño y sucio. Tengo que seguir investigando porque hay al menos diez lagos, algunos de ellos con "playa" y gente navegando. La primavera debe ser explosiva en este lugar. Respecto a la foto... aunque no lo parezca eran las cinco de la tarde cuando la hice. Aqui el reloj solar tiene su propio ritmo.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Pozdrowienia z Polski

Mi aterrizaje en Polonia, con retraso y condensado:

Noche cero. Tras una cena tipical spanish (fritanga de huevos, salchichas y papas –gallegas, of course-) noto cómo se me encoge la boca del estómago y todo empieza a crujir dentro de mí. ¡Tachán! Al fin estaba nerviosa, al fin sentía, no sé, el acojone de quien va a cruzar Europa por primera vez. Entonces el tiempo empezó a correr sin necesidad de que yo me moviera del sofá. Sentí que se acercaba la muerte simbólica de todo lo que me rodeaba y que un doctor imaginario me preguntaba ¿qué harías si sólo te quedaran cinco horas de vida? Fue entonces cuando el ‘extraño entrañable’ me cogió de la mano y pude tranquilizarme. La aventura llegaría igual, más tarde o más temprano, así que decidí estar sin más. Simplemente permanecer felizmente en el lugar en el que me encontraba mientras esperaba a que dieran las cinco de la mañana en el reloj. Y en seguida dieron las cinco. Un taxista de lo más quinqui sería el encargado de trasladarme a mi otra vida. Era sólo el comienzo de lo pintoresco. En el viaje al aeropuerto, casualidades de la vida, sonaba en la radio aquella canción de Chaouen que tantas veces escuchamos y fue inevitable recordar los grandes momentos y grandes amigos que dejaba atrás en aquel preciso instante. Lloré. Pero sólo un poco, porque me daba vergüenza llorar delante de un taxista quinqui.

Día uno. Ya en el aeropuerto superamos tranquilamente el control de equipajes sin importar que nuestra maleta pesara 20 o 30 kilos. Y es que nuestro avión era como una oficina voladora. Una veintena de hombres de negocios acomodados con sus pequeños equipajes en confortables sillones de cuero. La primera parada fue en el aeropuerto de London City, donde había más hombres de negocios y una manada de rabinos rondando sus simpáticos tirabuzones. Y de ahí a Varsovia. No sin antes atravesar varios kilómetros cuadrados de nubes grises y espesas cargadas de lluvia. Como no podía ser de otra forma nos estafaron nada más llegar (se nos nota la cara de guiris inocentes) cobrándonos 120 zlotys por un taxi hasta la estación de tren. Horas después conocería a alguien que había pagado apenas 30. Pero bueno, ¿qué es llegar a un sitio nuevo si no se sufre una novatada?

Resumiendo, la capital de Polska me pareció sencillamente caótica. Como cualquier otra metrópli del mundo pero con los carteles en polaco y las casas sin pintar. Gris, muy gris. No sé cómo, pero logramos comprar un billete para Olsztyn y llegar al andén. Los trenes chirriaban durante casi 20 segundos antes de pararse. Metida en aquella estación tuve la sensación de estar en la España de hace 30 años. Indescriptible la impresión que nos dio el tren. Tan estrecho, con aquellas escaleras tan empinadas, sin sitio para dejar nuestros maletotes… Y yo tan harta ya de cargar con la mochila pero sonriendo a aquella visión destartalada. Fue fácil sentirse cómodo en cuanto elegimos vagón para pasar las cuatro horas (sí, cuatro horas) que duraba el viaje. Los polacos son gente amable de la que te ayuda en todo lo que puede. De hecho, si no llega a ser por aquél muchacho rubio que sonreía tan ampliamente nunca hubiéramos bajado en la estación correcta. Imagínense no tener ninguna referencia espacial, metidos en un tren sistemáticamente impuntual, rodeado de oscuridad y ¡sin megafonía! Sencillamente genial. Tolerando incertidumbres, dejándonos guiar, logramos bajar en Olsztyn Zachodny sanas, salvas y con nuestro equipaje al completo. Allí nos esperaban Chloe, Aline, Marlies y un delicioso pastel de plátano y chocolate. E instantes mágicos en los que uno no sabe cómo decir lo que quiere en inglés y entonces calla y comparte el silencio.

Día dos: Ocho horas de sueño después del gran viaje desperté sin saber muy bien dónde estaba ni que tenía que decir para dar los buenos días. Pero nuestras anfitrionas son maravillosas y nos hacen la vida más fácil. Asistimos a nuestra primera clase de polaco en un bloque de edificios de lo más comunista, con los números en grande, sobrio y, por supuesto, sin ascensor (creo que no veo un ascensor desde que salí de Madrid). ¿El idioma? Pues dificilísimo. El más difícil de todos junto al coreano, ahí es nada. Pero las cuatro estamos cargadas de paciencia y voluntad así que seguro que en unos meses ya sabremos pedir perdón si tropezamos con alguien en la calle. Tras la clase de polaco tocó visitar la biblioteca donde trabajaremos, saludar a gente y más gente y entender la mitad de lo que nos decían (es difícil cuando te hablan en una mezcla de inglés, polaco y alemán). Y después el supermercado y esas neveras enormes tan llenas de botecitos con nombres raros. Superamos la prueba ágilmente (gracias a una piadosa cajera de supermercado) y conseguimos poner algo en nuestra nevera. Tras el socorrido té de media tarde Elisa y yo decidimos perdernos en la ciudad en busca del lago más cercano. Descubrimos que en Polonia los obreros gritan a quien pase los mismos improperios que en España. Por la noche no me quedaban energías para nada más que deshacer mi equipaje, darme una buena ducha (en la medida en que mi toletta me lo permite) e irme a la cama.

Día tres. En esta época del año amanece a las siete de la mañana en Polonia, por lo que es fácil despertar a las nueve teniendo la sensación de que ya has dormido suficiente y de que estás perdiendo el tiempo. Así que me activé pronto, puse orden en mi destartalada cocina llena de espaguetis de antes de ayer, repasé mi lección de polaco y me fui al mercado de la ciudad. Impresionante. Encontré los cacharros más antiguos que he visto nunca. Bufandas de zorro (no de piel de zorro, sino hechas con un zorro muerto y hueco), básculas de las que usaba mi bisabuela, peines de pelo de caballo, cuchillos, abrigos, espejos, guantes, enchufes, botas… Como un rastro pero a lo grande y con ese aire antiguo que tienen algunas cosas en este país. Y después las magníficas frutas y verduras de Polonia. Todo parecía recién salido de la tierra. Una delicia. Setas, manzanas, coliflores y calabacines gigantes, cebollas tiernas… Y esos tenderos espléndidos a los que les encanta que una española se pare en su puesto. Te hablan en polaco aunque les hayas dicho que no entiendes nada y te sonríen. Pueden pasar así varios minutos, mostrándote todas las especies que venden y sonriendo. Un rato agradable que espero repetir todos los viernes. Tras el mercado tocaba reunión oficial con la coordinadora de nuestro proyecto, una buena y entrañable mujer que nos explicó todo lo que necesitábamos saber. Después Elisa y yo preparamos comida española para nuestras compañeras de Austria y Francia. Tortilla de papas, chorizo de Guijuelo y jamón serrano (un puntazo meterme eso en la maleta papá). La sobremesa fue tan larga que se nos hizo de noche. Poco a poco nos vamos sintiendo capaces de utilizar el inglés más allá de para las cosas estrictamente necesarias. Y dio tiempo de hablar de los usos y costumbres de cada país, lugares que visitar, diferencias culturales… Estoy contenta con mis compañeras de aventura, son gente agradable que acompaña respetando la soledad escogida (sé que alguien por ahí entiende lo que digo).

Momento de la escritura: Aquí estoy, inmensamente cansada pero llena, inflando la esponja, tumbada en este sillón-buró que me hace las veces de cama, en mi enorme habitación con vistas a una de las calles principales de la ciudad, en este piso destartalado también, un tercero sin ascensor donde ninguna puerta cierra bien, el baño no tiene lavabo y la ropa se tiende en el techo de encima de la ducha. De resto, Polonia es un país como cualquier otro, con sus centros comerciales, sus McDonald’s, Carrefour y Media Market, sus bares y sus jóvenes bebiendo cerveza. Una ciudad hermosa y acogedora, verde y, al menos estos días, soleada, casi primaveral. Hay un parque en cada rincón (y cuando los veo me doy cuenta de que a Madrid le faltaba eso para acabar de ser la ciudad perfecta) Ríos, lagos, árboles, estrellas, edificios bajos, calles peatonales, terrazas, gente comiendo helado (y yo buscando los guantes)… Definitivamente, un lugar para ser feliz.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Todo es desorden

A esta hora, siete días por delante, ya seré una española nadando en un mar de polacos (porque si el 100% de humedad es una inundación, a un 90% seguro que ya podemos nadar). Y probablemente esté durmiendo y esté tranquila. Durmiendo porque si anochece a las seis de la tarde a las 12 de la noche ya estás tan harto de oscuridad que la cama te llama. Tranquila porque digo yo que lo de dormir y soñar se hace igual aqui que en Polonia. Espero que para eso al menos no haga falta saber idiomas.

El caso es que he cruzado la frontera de los siete días y la burbuja de inconsciencia se ha roto llenándolo todo de desorden. Estoy pensando en pagar a alguien para que se persone en mi lugar durante los trámites que llegan: pasaporte, compras, maletas, bancos y demás burocracias. Eso es, huir de las lánguidas despedidas en los aeropuertos y pasar las siete noches que restan en alguna terraza ajena admirando el cielo sin estrellas de Madrid. Y de ahí, en un flup, llegar a Olsztyn. Sin pensarlo, sin cargar equipajes. Despertar y darme cuenta de que todo es nuevo, y el resto, sólo polvo de estrellas.

jueves, 11 de septiembre de 2008

Inmediaciones aeroportuarias

Primer avión de este mes de septiembre. Viaje de ida y vuelta con despedida somnolienta. Un MD-82 rumbo Tenerife Norte que casi pierdo por mi empeño en empezar el día con un buen desayuno (Zumo envasado en botecito de análisis de orina, café con leche rompe tripas y pincho de torrilla chicloso: 7,50€. Empezar el día con buen pie llenando el estómago en Barajas, no tiene precio).

A la llegada no me esperaba ni mi maleta y pasé el rato tasando el valor de los 23 kilos de mi equipaje. Pero cuando desperté de la siesta la maleta y yo ya estábamos en casa. Y es que aqui es tan rápido el proceso de ubicación que a veces no me da ni tiempo a llegar. En seguida, Candileta y playa: el sol acariciando la piel, los pies hundidos en la arena, el susurro del mar chocándose incesante con las rocas... No recordaba lo que era caminar por un suelo diferente al asfalto y casi me "enrisco" al ritmo de todas esas palabrejas que hacía tanto no escuchaba.

Poco a poco me hago a la idea de la marcha y mis neuronas empiezan a pensar en inglés (piensan que no saben decir lo que quieren en inglés y que por tanto será mejor improvisar el diálogo de las sinapsis). Tras el paso por la secta de Alborache Polonia no parece un lugar ni tan lejano ni tan frío. El idioma, no en vano, sigue pareciéndome complicadísimo. Cuando hablo polaco parezco una japonesa tartamuda de amanecida. Por eso descansan ya en mi bolso los diccionarios de Lonley Planet, listos para ser machacados a cada paso que den mis pies.

Mientras tanto continúa esta sensación de vivirlo todo como si no me pasara a mí. Hablar sobre el futuro como quien comenta la sinopsis de una película y despegarme del presente suavemente, sin sobresaltos, dejando que mis manos se amen (o encanten) un ratito más.

jueves, 28 de agosto de 2008

Alfonsito

Sin buscarlo ni quererlo, aquel barrigon solitario de la barra le puso un broche final, buen broche final, a nuestra vida en el "viejo barrio". El raton vaquero cerraba sus puertas hasta quien sabe cuando y nosotros marchabamos en busca de centros de gravedad permanentes. El tintineo de las hojas al ritmo del viento envolvia de un halo de nostalgia aquella pintoresca escena. Tu, yo, el barrigon y, en frente, el resto del mundo. Y me acorde de todas las noches de verano en que tu risa señalaba el rumbo que seguirian nuestras vidas. Que siga sonando siempre, y que los ecos me lleguen a Polonia.

domingo, 17 de agosto de 2008

Saliendo, entrando

20 días para salir de Madrid. 36 para entrar en Olsztyn. El próximo ecilpse lunar será cuando ya todo haya pasado. Y hoy, domingo pendido del tiempo, sin reloj ni calor, sin gente ni televisor, el horizonte pinta tan, tan amplio, que contarlo, empezar a contarlo, parece una obligación.

Comienza la carrera, la compra de billetes de vuelta, ida y vuelta, y sólo ida. Último periplo por las Españas antes de establecerme allí donde me esperan. Cada paso de este agosto en Madrid parece el último de una larga marcha. Y es que nunca se sabe adónde vuelven los errantes que no se sienten ni de aqui ni de allá (los mismos que se dejan el alma en cada esquina, cada mirada).

Para el regreso seguro habré encontrado otra excusa que me permita seguir dilatando el horizonte. Hoy, todavía, queda el trago de las despedidas tácitas con las que inauguro esta crónica del viaje hacia el resto de mi vida. Imaginadme hacia deltante.